Podrían decir que el partido ha sido muy ligerito nomás, pero se ha jugado con mucha limpieza y gallardía, y eso, en los momentos actuales, no es poco. 

Adornado con un golazo de Preciado, en un momento en que el partido lo merecía, tuvo también la posibilidad casi inminente de que Flores lo empatara en un cabezazo que no debía perderse.

Pero lo más rescatable ha sido la contagiante reacción de la barra del equipo ganador, cuya alegría le pone la firma a una jornada que bien podría empezar a marcar una pauta nueva en nuestro fútbol: la del fútbol jugado con entrega y sin mala intención, sin malas artes, como antaño, como en los años 60 cuando los clásicos eran verdaderas fiestas deportivas, lo que no era óbice para que al día siguiente y durante toda la semana los hinchas del equipo ganador trajeran "muertos" a los del contendor vencido.

¿Y cual es el mayor beneficio de un panorama así? La inapreciable posibilidad de que la familia entera, la compuesta por el patriarca y todo su clan, esposa, hijos, hermanos, vuelvan a hacer deslumbrar a las tribunas con su presencia, su alegría y su rivalidad sana y picante, traducida en los dichos y arengas ingeniosos y pícaros que terminan siendo la cereza de la torta.

Si este clásico está poniendo la primera piedra para edificar una fiesta con estos distintivos, habrá que agradecérselo a los refuerzos de gente nueva usados por ambos técnicos, pues, a cambio de su candor e ingenuidad, ofrecieron sin condición alguna una entrega limpia en defensa de sus colores, algo que se ve poco hoy en día.

Ojalá que los mismos D.T. hayan observado las peculiaridades de este cotejo, y presientan que se abre un nuevo panorama para nuestro fútbol, por más que tome su tiempo el cuajar de este nuevo enfoque para que toda la afición empiece a sentirle el gusto a esta senda que podríamos empezar a transitar.

Ojalá sea así por el bien del fútbol peruano.