Es increíble, en pleno 2018 parece que se está plasmando lo que no pudo ser por siglos: Un torero peruano, Andrés Roca Rey, de gran abolengo toreril por los apellidos, muy joven él, está dando mucho que hablar en las mejores ferias taurinas del mundo.

Y digo que es increíble porque coincide con movimientos de mucha influencia en nuestro país, que claman por extirpar la fiesta brava de nuestra cultura y tradiciones. Y además las razones son plenamente justificadas porque coinciden con sentimientos similares en la mayor parte de los países del orbe: se trata de un espectáculo inhumano, cruel, indigno de la condición humana. Es lo que sostienen los promotores de la desaparición del toreo con muerte del animal. Obviamente para escribir esta nota, yo neófito e insigne ignorante de los secretos de este arte, como lo consideran sus cultores, me abstengo de tomar partido para poder desarrollar estos conceptos.

Es decir, cuando la tauromaquia se bate fieramente para no extinguirse, surge un verdadero fenómeno peruano que amenaza con hacerse dueño de todos los tronos que la fiesta brava reserva para los privilegiados. Y entonces surgirá la controversia: ¿Será motivo de orgullo para nosotros ese ascenso hasta el parnaso de este joven diestro que no se proyecta a maestro, ¡ya es un maestro!? 

Y con toda seguridad su fama trascenderá fronteras y nos traerá nuevas situaciones confusas de difícil solución. ¿Deberá nuestro gobierno felicitar al mancebo que lleva su pendón hasta el arcano, allá donde están los de Belmonte, Joselito, Procuna, Manolete, Dominguin, El Cordobés? ¿O deberá hacer mutis respetuosamente, para no afectar a nuestra conocedora afición taurina, si es que se le ocurre hacer un comentario negativo?

Estoy escuchando a un comentarista español que se refiere a Roca Rey como "el bicho", que en la jerga taurina significa un torero que no le teme a nada y es capaz de hacer lo que otros no hacen. Y se anidan en mi dos sentimientos contradictorios, el orgullo por el valor de un connacional y el rechazo a la muerte a espada de un animal cuyo único defecto es haber nacido toro.