Bien sea que el Presidente del Perú, Martín Vizcarra, personalmente cayó en cuenta de que su mayor caudal político solo podría venir de su comunión con el pueblo, o que alguien en su entorno más privado lo venga aconsejando en ese sentido, lo importante es que la forma como la ciudadanía se ha volcado en su apoyo indica claramente que esa es la mejor decisión que ha tomado.

En ese sentido, es de esperar que en ningún momento el presidente Vizcarra vaya a cometer el irreparable error de prestar oídos a los cantos de sirena que lo acochan diciéndole que la manera de gobernar no es el populismo. Es obvio que el consejo y el desliz sutil de la sugerencia perversa no son otra cosa que el arma vedada que sus enemigos políticos esgrimen con la desesperada intención de cortar ese vínculo sano y sagrado que se ha creado entre el presidente y el pueblo.

Es alucinante la manera como todo el buró de los políticos que guardaban y/o guardan la íntima esperanza de acceder algún día a la presidencia del país, se mueren de envidia porque desde su miope manera de ver las cosas, incrementada tal vez por una absurda comparación entre los méritos propios y los de Vizcarra, la inquina se les ha clavado en el alma al sentirse desplazados por alguien al que no le asignaban mayor valor. Así es, calichines, en estas cosas es el destino el que decide.

Señor presidente, ahora que le pueden crear una encrucijada en relación con algunos temas que debe usted encarar frente a la ciudadanía, le suplicamos que sea cauto y trate en todo momento de seguir en sintonía con la población, y si usted presiente que su actitud correcta puede causarle una desconexión con ella, use sus mejores habilidades para explicarle y hacer entender al país las razones valederas que deben ser acogidas y aceptadas por todos.